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¿CÓMO ESTAR EN SOLEDAD Y NEGARSE AL FRÍO?




“Aunque jamás mi corazón abriga
miedo al dolor, ni se rindió al quebranto,
hay una herida en mi alma que me obliga
a humedecer mis párpados en el llanto”


Juan de Dios Peza
(México, 1852-1910)


“Hace ya mucho que aquella con quien dormía,
¡Oh Señor! dejó mi lecho por el vuestro;
Y estamos todavía tan mezclados el uno al otro,
ella semi viva, yo semi muerto”


Víctor Hugo
(Francia, 1802-1885)



Regresaba todos los días al trabajo, los días sin fecha, los días que hacen que las personas parezcamos una cosa cualquiera, mas para mi esposa yo era algo especial.

Como piedra que a duras penas se mueve por el arrastre de la corriente, así el precio de las compras de la canasta básica era una fuerza que superaba nuestros sueldos.

Cuando esto sucede, domina la muerte más que la vida: si la vida es un reino, la muerte es un imperio. Los mártires, en éste capitalismo, son aquellos que arriesgan sus vidas por cruzar una frontera o, como mi esposa, se suicidan por un seguro, mal llamado, de vida. Ella se detuvo en ese camino espinoso hasta que sus píes echaron raíces. A pesar que yo volvía lunes mis domingos, lunes mis descansos, no fue posible ganar lo suficiente, pues cada día nos endeudábamos más. ¿Es justo llamar malos administradores a una pareja de esposos cuando sus sueldos no alcanzan a cubrir lo básico?

En esos días tuve un sueño, en donde un rayo demolía al árbol frutal de nuestra casa en plena cosecha, y yo corría sobre el árbol, y el tronco me quedaba en los brazos, y de su interior salía oro. Nunca descubrí su significado. Debía haberlo advertido, con tanto interés por tomar un seguro de vida demasiado caro.

Cuando me hablaron del hospital y me dieron la noticia, quedó el eje del mundo esperando en mi agenda. Mi agenda perdió toda importancia.

En una camilla lucía pálida. Me hizo pensar en la palidez del cerillo antes de quemarse. La palidez de sus gestos que temían al olvido, sabiendo que la luz ya no tiene interés en sus abismos, ni siendo de día el fondo se ilumina. Ella me miró con escasez, con la escasez que consigue el que desea quedarse. Mas en su palidez alcanzó a decirme, en pausas, cansada, como si hablara en verso:


“Recuerda ¡mi amor!
cobrar el seguro cuando me muera.
No hay una sola manera de decir te quiero.
A cambio, por decírtelo, recibirás mucho dinero”


“Recuerda mi amor
llorarme, profuso en el entierro.
Las lágrimas que ya no escucha un muerto
son dignas de misericordia en el cielo”

“Recuerda mi amor que eres libre
y que conmigo siempre lo fuiste.
y aquello que quité de tu vida, siendo mío,
ni tan siquiera se nota”

“Recuerda mi amor
que si para ser feliz necesitas olvidarme,
¡olvídame! Yo seré como un espejo
en el cual ya no podrás mirarte”


Dejadez de la rueda que se atora, dejadez de ese momento que se escarcha. Escarchado de desgracia, las paredes de la sala se engrosaron con miradas de enfermeras y médicos disimulando su lástima. Y luego, ¿cómo llevar la noticia? No quería esponjar los párpados tan tiernos de mis hijos. La niña más pequeña no se cansaría de llorar.

Me resulta difícil andar un abrazo muy adentro, un abrazo hecho con finura, y el amor de mi vida, ya no está presente para entregárselo.

¡Ay amor!¿Por qué lo hiciste! Te faltó tiempo para ser eterna; te faltó tiempo para seguir conmigo.

Pensar. Qué tan cerca puede uno… irse lejos. En cualquier momento se voltea a ver y el amor ya no se encuentra.
Ella es una sombra para las sombras, mil gotas de sufrimiento para mis días venideros. El fuego de su amor es de leña húmeda por eso el humo es tan fuerte que me empaña la vista.

Se detuvieron los días, las horas no, el reloj sigue, pero todo se repite. Mas así como a la oscuridad no le hacen falta los colores; a ella, ya no le haré falta yo.

Quisiera saludarla y desafiar al viento con mis memorias de humo. Recuerdo cuando éramos jóvenes: Todos mis amigos se enamoraron de alguien. Yo de ella. Al principio, decir que me gustaba era mucho. Ahora, decir que la quiero sería muy poco.

Me contó una vez, cuando éramos novios, que se acostaba temprano para tener más tiempo y soñar conmigo. Qué cosas se nos ocurrían. Yo, por ejemplo, pensaba que su amor me daba buena suerte. Cuando me casé con ella aumentaron mis ventas, pero mi sueldo se mantuvo.

Cuando todo era felicidad, me distraje. Me distraje más que un volcán que se cree tranquilo hasta que el magma corre por su cara; me distraje más que una rama, que admirando la lluvia, no se percata que el viento la arranca; me distraje más que los recuerdos que se caen por la pendiente de una tarde; me distraje con la vida por su caricia curada, curada de cotidianidad.

Más inmenso que el mar es el cielo; más cruel que el tiempo es la lluvia de mis ojos que inunda los caminos por donde caminamos juntos.

Me han quedado lágrimas adentro, que ya parece natural que mis párpados permanezcan hinchados. Mi llanto ha despertado al monstruo de la desesperanza.

Busco el olor de su cuerpo en los botes vacíos de sus perfumes, en la ropa de cama que una noche antes la cubrió; busco también sus manos afanosas en la mesa, sus manos estarían poniéndole olor humano a la madera. Cuando le echo sal a la comida recuerdo cuando ella me la servía; cuando estaba cerca, pendiente de algo más que se me ofrecía; cuando le echo sal a la comida pienso en la concentración de sal de sus últimas lágrimas, sabiendo que se moría.

Con ella era la misma, la alegría por vivir que por quererla. Quizás necesité quitarle los tacones a sus zapatos altos para llegar a su altura de sacrificio; o arrancar las miradas de sus ojos antes que las perdiera. Si sus caricias hubieran quedado en las nubes me las encontraría cada vez que lloviera.

Ahora necesito pensar que las estrellas son letras para descifrar su paradero en el infinito; necesito bomberos para mis lagrimales que se calcinan por tanto fuego; necesito agrandar mi prisión ya que ser libre no puedo; sin ella, hasta mi despertador suena triste.

Con ella podía andar mis zapatos rotos y presumía; con ella el estrés se me corría; con ella las noches eran una fiesta: nuestras bocas en vez de copas del beso hacíamos un brindis; con ella la luna seguía alumbrado el resto del día; con ella no necesitaba llave para abrir la puerta; ni convencerla, ni estratagemas para que me quisiera; con ella y ella conmigo, nuestra pequeña casa se crecía: hasta los rincones ampliaban su sonrisa. Sin ella, la soledad se pasa de tristeza.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

M gustan esos cuento si d cierta manera lo son incluso m sirvio para una tarea

Susana A. Ramírez dijo...

Empecé a leer este blog que dejaste abandonado y me encuentro con este "cuento"?
Espero que lo que cuentas sea sólo de cuento, pero escrito así tan sentido, bellamente poético, parece real.
Tiene más poesía que si hubiera estado escrito en versos... cuánto sentir puesto en ello.
Me preguntabas si era que no me gustaban los cuentos? No es que no me gusten los cuentos, no sé escribirlos, no así de bellos.