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ADOPTADOS POR EL INFORTUNIO



Engrandecerás a tu pueblo
no elevando los tejados de sus viviendas
sino las almas de sus habitantes.
Epicteto.




En el agua se confunden las lágrimas y en algunas risas se esconden los llantos. ¿Qué estará pasando?

Se trata de Clementina, una enfermera que tras meses de lucha en contra del proyecto del Gobierno de privatizar los hospitales y la salud, decepcionada de no lograr nada y por los problemas económicos a causa de la retención de los sueldos, decide quitarse la vida. En cercanas circunstancias deja a otros compañeros de lucha, entre ellos José que tiene un niño minusválido llamado Manuelito y otros tres niños que son sanos, pero que no tienen mamá.

José más triste que el velorio fuma callado. Todo su dolor parece caber en un cigarro. Las horas se queman despacio. Un charco que dejó la lluvia, el espejo donde se mira. José fue elegante con su altura y sus ojos apasionados que en su entorno no valen nada, como un rey despojado de su realeza se confundiera con la gente. Proveniente de familia pobre, cada día más empobrecida, encabeza la dinastía de sus miserias. Este hombre trabajando toda su vida en las empresas que fueron un día del Estado llegó a viejo sin lograr nada, mejor dicho, entró a la madurez de la nada. Y la decepción, avanzando demasiado, amenaza a sus hijos con la orfandad. Mira extasiado a Manuelito que a sus 7 años, arrastra su pesar por el suelo, pues la enfermedad le ha afectado tanto que sus pies parecen de trapo. Recuerda el cruel consejo de los vecinos para quitarle la
vida a su hijo y liberarlo de ese sufrimiento. Pero en plena vela de su mejor amiga, le da escalofríos pensar tal pecado. Mas ese miedo, termina de saturar su oscuridad.


Sus demás compañeros de lucha acompañan los cantos fúnebres que nunca adquieren merecida atención como cuando se sufren.

A los días José también toma el valor para matarse y vuelven los compañeros de trabajo a lamentarse en su velorio.

Manuelito ya entiende que ha muerto su padre, y con él, resucitan añoranzas. La edad de su tristeza gatea por las pestañas; por momentos, se desconecta de esa sombra por la luz de una lágrima; la orfandad en su rostro le anuncia por las entradas; la gente lo abraza, lo besa, pero esas miradas son demasiado grandes para su cara.

En el lugar donde pica un zancudo vuelven otros a picar, pareciendo que el olor que despide el rascado los atrae. Así fueron atraídos otros problemas. Les quitaron el agua potable y la energía eléctrica por no poder pagarlos. También perdieron la casa que su papá estaba pagando. Los amigos de su padre tampoco podían ayudarles por la retención de sus sueldos por el Gobierno. Entonces los hijos de José se fueron a los basureros a buscar comida. Lo que nunca pensaron que harían, se convirtió en su nueva forma de vida. Por eso, en los días siguientes, el cielo azul y despejado amanecía mintiendo. Para los niños de José, sufriendo de hambre, todo estaba oscuro. Su ángel de
la guarda había muerto y el Hada madrina ya no aparecía en sus fantasías. Así como para las aves algunas piedritas ya están maduras y comérselas, mejora su digestión, para estos niños hambrientos, algunos alimentos en la basura todavía están buenos y hasta dan gracias a Dios.

Pero viendo esto, los tres niños sanos pensaron más seriamente en acelerar sus destinos y seguir el ejemplo de su padre. Mientras lo pensaban, una planta en plena marchites era la versión del suicidio. Ese día decidieron envenenarse juntos.

Así que el mayor de los hermanos, con suspiros entrecortados, le preguntó a Manuelito:

¿Quieres ir donde papá y mamá?

El niño entendiendo un poco lo que ocurría le contestó:

¡Sí! quisiera ir, pero tengo miedo ir solito

¡No! De ir, iríamos todos juntos, repuso el mayor.

Entonces el niño se echó en sus brazos y, después de llorar, los cuatro se tomaron el veneno. Teniendo fuerzas todavía se fueron cerca de un basurero recientemente clausurado. El lugar estaba sólo y como Manuelito no conocía dicho basurero se emocionó distrayéndose del efecto del brebaje, y con sonrisas les preguntó:

¡Oigan! ¿de aquí me llevaban aquellos juguetes?

Sí hermanito –contestó- ese basurero era grande y abundaba en cosas buenas para muchas personas, pero lo cerraron. Sobre él van a sembrar jardines y será muy hermoso sin zopilotes, sin perros, sin ratas, sin cucarachas y sin gente pobre.

El veneno, primero comenzó su efecto en Manuelito y quizás por eso era su miedo:

¡Oigan!, yo siento que ya me voy y ustedes se quedan

¡No Manuelito! –le respondían con dolor- si estamos de la mano y nos iremos juntos

¿Y en realidad miraremos a papá y a mamá?

¡Claro! Si deseamos verlos ¿o crees que nos perderíamos ésta oportunidad? –y sonreían los tres para darle ánimo.

El niño entonces se conformaba ir con los otros. Después intentó jugar:

¡Miren! Si cierro un ojo, desaparece una parte de ese lado.
Si cierro el otro, desaparece también.

¡De veras! –confirmaban ellos siguiendo el juego

Así quedó el niño con sus ojos entre abiertos pues sus hermanos ya no quisieron cerrárselos, como quien sigue creyendo que está escuchando, hasta que cayeron uno a uno a su lado. El último que quedó fue el mayor y movía a sus hermanos con su llanto como si quisiera despertarlos, pero en pocos minutos también se desvaneció.

Eso fue por la mañana. Como al momento en que las televisoras suelen invitar a personas importantes, que hablan sobre temas importantes, pero que no hacen lo importante para los más necesitados.

Por la tarde, cuando otros niños pepenadores de basura, sus grandes amigos, jugaban por ahí cerca, al verlos fueron a contarles a los adultos, quienes llegaron inmediatamente.

Los encontraron como flores entre la maleza, tomados de la mano y descalzos como su suerte. Ya era muy tarde, como la hora en que el sol se oculta de los tristes.

La costumbre de llorar al ver un muerto, el impulso de hablarle al verlo con los ojos abiertos y el llorar uno tras del otro como un eco, les impulsaban a sus amiguitos muchos recuerdos: aquellas débiles manos de Manuelito mendingando un abrazo y la alegría de sus hermanos cuando encontraban cosas bonitas entre la basura. Se sentían vacíos y los ojos vacíos acostumbran a llenarse de lágrimas.

Un corazón muy duro, que miró todo esto cuando sucedía, pensaba que esas personas que se suicidan son cobardes, que todos tenemos problemas, que los ricos no son culpables de los pobres ni mucho menos un Gobierno por la miseria que pasan algunos ciudadanos, que hasta Jesucristo dijo que siempre habrían pobres entre nosotros, que en esta vida cada quien elige su destino, que mejor que se mueran esos niños pobres ya que grandes van a ser criminales, y que entre más gente se muere es mejor pues quedan más tortillas para los vivos, en fin, una serie de afirmaciones duras. Al mismo tiempo, grupos armados, entre la gente del pueblo que más sufre o conciencia social tienen, se preparaban para matar a los de corazón duro.

Arquímides Guillén

2 comentarios:

Lena yau dijo...

Arquímedes...


Mil gracias por tus vistas y por tu comentario.

Hablabas de querer saber más en torno a cómo crea un autor...

Acabo de postear una enterevista en la que hablo del tema junto a otros escritores...

Buen texto.

cariños

Unknown dijo...

Esta historia me recuerda ami niñes que una vez por curiosidad fue con un amigo a esos basureros y vi esa pobre gente que se peleaba por la basura....que triste